Caminante lunar & Co. Ltd. – Historia 3

Fuera del vestíbulo, Félix fue recibido por una visión que le dejó sin aliento. Por un momento olvidó que estaba huyendo. Cuando miró hacia abajo, las piedras lunares más deslumbrantes yacían a sus pies, y en la oscuridad lejana, la torre de observación de construcción reciente y altura de rascacielos, de la que incluso se había informado en los telenoticias de la Tierra, deste-llaba como un arco tensado.
«¿Por qué has huido?» Nelly, que le había alcanzado, tiró de la manga de su jersey.» «Por nada», dijo el chico, y con pasos decididos se encaminó hacia el mirador.
Pensó en alejarse un poco del vestíbulo, ver en qué autobús lanzadera de la Luna subía el pro-fesor Matusek, volver luego con sus padres y tratar de evitar cualquier encuentro incómodo du-rante los dos días siguientes.
«¿Qué clase de piedra es ésta? ¿La añadirás a tu colección? Ya sabes, ¡la que será mía el lu-nes! ¿Por qué hay cráteres aquí? ¿A qué distancia está la Luna de la Tierra? ¿Qué es eso de ahí? ¿Un faro?». Nelly no paraba de hablar, las preguntas dirigidas a Félix inundaban su boca. ¡Ojalá tuviera una piruleta de fresa para callarle la boca a su hermana!» «Pero Félix estaba tan absorto con la vista que se olvidó de todo. Miraba cada piedrecita, se asomaba a cada agujero, tocaba cada irregularidad del suelo. De repente, se dio cuenta de que ya no oía a Nelly. Miró a un lado: su hermana caminaba a su lado, sumida en un silencio sepul-cral.
«Escucha, Félix… Ya estamos muy lejos».
Félix miró a su alrededor y se sorprendió al ver que no había nadie: tampoco se veía ya el pasi-llo.
«Ni una persona alrededor» dijo Nelly. Sólo la torre de observación estaba cada vez más cerca. Quién sabe cuánto tiempo llevaban caminando. Sólo podían imaginar lo preocupados que de-bían de estar mamá y papá, y dónde podrían estar buscándolos ahora.
«Felix… No me llevaré tu colección de rocas… Guardaré silencio sobre el examen suspendido… ¡Sólo llévame de vuelta con mamá y papá! Por favor». Nelly se deshizo en lágrimas y lloró amar-gamente.
No encontraban ningún punto de orientación: Félix recordaba de sus lecturas que, en una zona tan extensa, la gente es incapaz de orientarse y tiende a caminar en círculos enormes; por eso, incluso los exploradores más experimentados se pierden en el desierto o en el Polo Norte sin brújula. Miró a su alrededor, pero lo único que vio, aparte de la plataforma de observación, fue un páramo estéril.» ««Tenemos que llegar a esa torre de observación. Allí debe de haber gente a la que podamos pedir ayuda», intentó tranquilizar Félix a su hermana, que ahora sollozaba con fuerza. «¡No ten-gas miedo, Nelly! Estaremos bien».
«¡Pero esa torre está muy lejos!», gimoteó Nelly. «¡Y yo también tengo frííío!».
Félix se quitó el abrigo y se lo tendió a su hermana. Efectivamente, hacía mucho frío. Empezó a caminar más deprisa, pero la torre no se acercaba. Podía estar fácilmente a cinco kilómetros, o a veinte. Definitivamente, Nelly no sería capaz de mantener ese ritmo.
«¡Todo es por tu culpa! ¿Por qué tuviste que huir? Nunca nos encontrarán», resopló enfadada la niña. «¿De qué te sirven ahora tus notas excelentes, Einstein de bolsillo? Con ellas no volvere-mos a casa. Te odio. Y si papá y mamá nos encuentran, les contaré todo, ¡absolutamente todo! Sobre el examen, y sobre cómo me trajiste aquí, y luego les contaré cómo nos perdimos y tuvi-mos que vagar en el frío, hambrientos y sedientos, ¡todo por tu culpa!».» ««¡Cállate!» gritó Félix. Se detuvo, agarró a su hermana por los hombros y quiso gritarle en la cara y decirle lo injusta y lo mala que era, pero luego cambió de idea.
«Nunca en mi vida he pasado tanto miedo», resopló Nelly, sobresaltada. Parecía muy pequeña y desesperada.
«Pronto llegaremos a la torre de observación, podemos llamar a la sala de llegadas y enviarán una lanzadera lunar a recogernos. Por favor, no llores. Mira el paisaje, o no sé… Si quieres juga-ré contigo a las Veinte Preguntas por el camino, ¡pero deja de lloriquear! Estaremos bien». Dijo con seguridad, pero por dentro también temblaba. «Yo también estoy un poco asustado. Pero nos las arreglaremos, no te preocupes», añadió.
Los dos niños marchaban con paso firme hacia la torre, pero cada vez estaba más oscuro y ha-cía más frío. Nelly olfateó en silencio, sin atreverse a decir el frío que tenía. Después de todo, su hermano le había dado su propio abrigo…
«Él debe tener aún más frío», pensó, y tenía razón. Parecía que llevaban horas caminando, pero la torre se acercaba muy poco a poco.» ««Sabes, Félix. En realidad no estoy enfadada contigo». Dijo Nelly de repente.
«¿Entonces por qué sigues metiéndote conmigo?».
«No sé… eres tan bueno en todo. No paras de sacar sobresalientes. Lo sabes todo sobre los minerales, pero nunca me lo cuentas. Estaba tan feliz por ese suspenso, ¡ni te imaginas!».
«Claro que no te lo cuento, nunca haces preguntas, sólo me insultas y me traicionas. No creí que te interesaran los minerales»
«Pues créeme, me encanta mirarlos cuando no estás en casa… Me gusta especialmente el mo-rado, que es tan bonito y transparente».
«Esa es la amatista». Comentó Félix.
De repente, el sonido de una sirena cortó la atmósfera artificial de la Luna. Los niños levantaron la cabeza: una lanzadera lunar frenaba, levantando el polvo tras ellos. Se habían salvado.
Mamá y papá corrieron hacia ellos, y mamá, por supuesto, se puso en marcha inmediatamente:
«¿En qué demonios estabais pensando? ¡Casi nos morimos de la preocupación! Toda la gente del vestíbulo lleva horas buscándoos. Si un profesor de física alto y barrigón no hubiera calcula-do aproximadamente dónde podríais haberos metido, ¡nunca os habríamos encontrado!».

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