«¡Hola! ¿Te has olvidado de mí?» Anne sintió que algo picaba en su bolsillo.
¡Ah, el hada! En la confusión, había olvidado de qué o más bien de a quién llevaba en el bolsillo del pantalón.
«¡Perdona! Es que da tanto miedo… Y sigue echando humo» dijo Anne, haciendo sitio para que el hada trepara al menos hasta la mitad de su bolsillo.
«¡Muévete, aquí apesta! Todavía me duele el ala, tengo hambre y sed, no sé dónde están mis amigos y mi casa está ardiendo» los sollozos dificultaban la comprensión de lo que decía el ha-da.
Anne miró con cautela a su alrededor y se escondió detrás de un rosal en flor. Cogió a la criaturi-ta con la palma de la mano.
«¡Shhhh! Mira a toda la gente, ¡no pueden verte!», le dijo al hada. «Me acabo de dar cuenta de que ni siquiera sé cómo te llamas. ¿Tienes nombre?»
«Claro que lo tengo. Todas las hadas tienen un nombre. El mío es Tulipa. Mis amigas me llaman Tuli».
«¿Y yo soy tu amiga?»
«Todavía no lo sé. ¿Lo eres?»» ««Por supuesto. No te haré daño. Me alegro de que existas. Dijiste que tenías hambre. Vuelve a mi bolsillo, vivo cerca, te llevaré a casa y te daré de comer. ¿De todos modos, qué comen las hadas?»
«Podría comer algo de fruta ahora mismo. Y agua. Gracias», dijo Tuli, y volvió a meterse en el bolsillo de Anne; cuando llegaron a casa, casi se había quedado dormida.
Anne se apresuró a llegar a casa.
«Ya estoy en casa», gritó cuando entraron por la puerta. Mamá corrió delante de ella.
«Me alegré mucho de recibir tu mensaje. Un sobresaliente en Matemáticas, ¡es maravilloso! Ven aquí, déjame darte un abrazo».
«Tengo mucha hambre y estoy cansada», gimió Anne, «voy a coger algo rápido de la nevera y subo a tumbarme a mi habitación».
Mamá se quedó estupefacta.
«¿No estás contenta con tu excelente informe de notas, Annie? Pensé que podríamos ir a com-prar el patinete…».
«Por supuesto, estoy muy contenta, y seguro que compraremos el patinete, pero de momento prefiero descansar», se apresuró a decir Anne. «¿Tenemos fruta?»
«Hay manzanas y plátanos en el cajón de la fruta. Pero… ¡Annie!» Anne ni siquiera la oyó, corrió a la cocina, hasta la nevera, luego subió corriendo a su habitación y cerró la puerta tras ella o, mejor dicho, tras ellas.» ««¡Ya puedes salir! He traído unas manzanas y un vaso de agua. Toma un bocado y un trago».
Tuli tenía hambre, pero el vaso era demasiado grande para ella. Anne buscó rápidamente una vajilla pequeñita que le habían regalado para una de sus muñecas cuando era pequeña.
«¿Puedes contarme qué ha pasado?»
«No hay nada más que contar. Yo y algunos de mis amigos fuimos los últimos que permaneci-mos en el bosque hasta el final» dijo Tuli con la boca llena. «Estábamos buscando comida cuando toda esa basura se incendió. No podía ver nada a través del espeso humo negro, no sé adónde volaron los demás. Entonces, de repente, chocaste conmigo… y aquí estamos. Estoy preocupada por ellos». Los labios del hada temblaban mientras ella lloraba.
«¡No llores, Tuli! Les encontraremos. Cuando estés bien alimentada, iremos a ver si el fuego se ha apagado. Tus amigos deben de estar escondidos en algún lugar de la zona».
«Pero ¿y si han volado todos? O peor aún… ¡Oh, no me atrevo ni a pensarlo!». Tuli quedó inun-dada de lágrimas, que se acumulaban en sus pequeñas palmas con el zumo de manzana.
«Todo va a salir bien», susurró Anne, y se sorprendió al comprobar que realmente creía lo que decía.» ««¡Annie, llevas mucho tiempo ahí! ¿Estás bien?» Mamá llamó a la puerta, mientras Anne se es-tremecía. Escondió a Tuli en el bolsillo y contestó.
«¡Por supuesto, todo bien! Puedes entrar».
«Papá ha vuelto de la consulta del médico. ¡Tenemos una gran sorpresa para ti! Baja a ver» sonrió mamá, sugerente.
Anne recordó de repente el excelente informe de notas y su mayor deseo: un patinete rojo. Bajó corriendo las escaleras, olvidándose de Tuli, que estaba en su bolsillo. Había acertado.
«¡Papá! ¡Vaya! Qué bonito». Y efectivamente, junto a papá había un patinete rojo, nuevo y relu-ciente, con un cascabel de mariquita en el manillar. ¡Su sueño hecho realidad!
«¿Puedo probarlo?»
«Por supuesto, es tuyo. ¡Date una vuelta! Por suerte, los bomberos ya se han ido. Pero ten cui-dado».
Anne llevó el patinete hasta la entrada de la casa y saltó sobre él. Hizo caso omiso de los araña-zos en el bolsillo, pero Tuli no se detuvo:
«¡Anne! No vayas tan rápido, ¡podría caerme!».
«¡No tengas miedo, yo te cuidaré! Ahora vamos a ir a ver qué le ha pasado al bosque, ¿vale? Iré despacio, te lo prometo».» «Al llegar al bosque, el hada gritó.
«¡Anne, esto es terrible! Es peor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar en mis sueños más disparatados». Tuli sollozaba mientras miraba los troncos ennegrecidos de la maleza que-mada.
«Este era el claro, vivíamos allí, en el hueco de ese árbol; mira, se ha quemado casi todo… Y allí, bajo las piedras, es donde vivían mis primos, ahora todo está carbonizado. Oh, hasta el nido del escarabajo volador se ha quemado, las llamas han devorado todo el pino donde se alojaba».
Anne observó con desesperación el llanto inextinguible de Tuli. No sabía qué decir.
«Tuli… ¿dónde pueden estar ahora los demás?».
«¡No lo sé! Boo-hoo-hoo… ves, ¡nadie! Ni siquiera oigo a los grillos, y seguían jugando incluso cuando el bosque estaba ardiendo. Y todo está empapado, no hay más que ver el barro. Toda-vía no puedo volar por culpa de mis alas, pero tampoco puedo pisar el suelo, porque entonces me hundiría. Esto es una tragedia». Tuli lloraba tan fuerte que Anne miró asustada a su alrede-dor: ¿había quedado algún bombero aquí por error? Porque si era así, las pillarían.
«No tengas miedo, Tuli… Todo saldrá bien», dijo Anne, pero con mucha menos convicción que antes.