Anne y Tuli – Historia 5

«¡Bueno, si este teléfono funciona, me mudo con Gembi!» dejó ir Tuli al ver la vieja cabina tele-fónica desvencijada y maloliente, toda cubierta de pintadas.
«¡Espera!».
Anne sacó unas monedas del bolsillo, las dejó caer dentro y esperó a sentir si había línea. Un segundo después, un zumbido agudo le indicó que podía marcar.
«Nueve, nueve, nueve», dijo Anne en voz alta mientras pulsaba las teclas.
«Policía, ¿cuál es su emergencia?», dijo una amable voz femenina al otro lado de la línea.
«Buenos días, me gustaría hacer una denuncia anónima».
«Hola, pequeña. ¿Qué quieres denunciar?»»
«El bosque que se incendió ayer aquí, al final de la Calle Lavanda. ¡Sé quién tiró y quemó allí la basura!»»
«Bueno, eso es interesante. ¿Qué es lo que sabes?»
«He visto… Quiero decir, un amigo mío vio a un residente al final de la calle, que vivía en una casa con una valla verde, alejarse en un gran coche negro. Y antes de eso, mi amigo le vio des-cargar los neumáticos y la basura y prenderles fuego».
«¿Y cómo sabemos que dices la verdad, niña?».» «Anne dudó.
«Compruebe los neumáticos y verá que digo la verdad. Este hombre tiene al menos cinco co-ches en su garaje de la Calle Luna Creciente. ¡Vaya allí y compruébelo! Si los neumáticos coinci-den, seguro que ha sido él» murmuró Anne, y colgó el teléfono con la velocidad del rayo.
«Ya está». Se volvió hacia Tuli. «Ahora sólo nos queda esperar. Pero antes, desayunemos».
Tuli ya se metía en el bolsillo de Anne como si siempre hubiese vivido allí. Tan pronto entraron por la puerta olieron algo delicioso para desayunar.
«¡Tostadas francesas!» susurró Anne a su bolsillo antes de entrar. «Ahora ten un poco de pa-ciencia, voy a comer abajo con mamá y papá, luego subiremos a mi habitación y ¡tú también po-drás comer!».
Anne disfrutó mucho del desayuno.
«¡La espera ha valido la pena!» dijo Tuli más tarde, arriba, en la habitación de Anne. «¡Esto to-davía es mejor que las tortitas! ¿Sabes qué es lo que más me gusta de los humanos? Por su-puesto, sólo ahora que os conozco: que coméis una comida alucinantemente deliciosa». Dijo Tuli con la boca llena.
De repente, el sonido de una sirena interrumpió la deliciosa comida.» ««¡Ya están aquí! ¡Ven a la ventana!»
Anne corrió hacia la claraboya, desde donde podía ver casi toda la calle. Efectivamente, un co-che de policía estaba aparcado delante de la enorme casa vallada de verde que había al final de la calle.
«No oiremos lo que dicen».
«¡Claro que sí!»» espetó Tuli, y salió volando por la ventana abierta. «¡Yo le interrogaré! Tú espera aquí».
«¡Cuidado, que no te vean!»
«Pero Anne… Llevamos siglos viviendo aquí y ni una sola persona se ha fijado en nosotros. ¿Crees que voy a dejarme ver ahora?» Y con un silbido, Tuli ya había salido por la ventana.
Desde allí parecía que un colorido bichito volaba en círculos sobre los tejados, y pronto Anne no pudo ver hacia dónde volaba. Lo único que veía por la ventanilla era a dos policías que bajaban del coche, tocaban el timbre y luego no pasaba nada durante un buen rato. Finalmente, los poli-cías volvieron al coche y metieron al hombre de la coleta en el asiento trasero. Se alejaron en dirección a la Calle Luna Creciente.
Tuli volvió por la ventana con una sonrisa de felicidad en la cara.» ««¡Lo pillarán! ¡Le dijeron que tenía que enseñarles su garaje! El tipo de las coletas estaba muy enfadado, diciendo todo tipo de cosas, que esto iba a ser un gran pleito, y que el Secretario de Estado era su amigo. Lo que me hace pensar, ¿qué es el Secretario de Estado? En fin, se en-fadó mucho, pero tuvo que subir al coche de policía. El policía le dijo, y cito tal cual: ¡Esto no es una broma!»
«¡Genial!» dijo Anne con entusiasmo.
«¿Y ahora qué hacemos?».
«Ahora esperamos».
No tuvieron que esperar mucho. Una hora más tarde, mamá llamó a la puerta de la habitación: Tuli se escondió rápidamente.
«Annie, ¡adivina! La policía ha venido a casa de ese tipo. Al parecer, es sospechoso del incen-dio provocado. María, su vecina, dice que ha tirado al bosque unas ruedas viejas y gastadas de uno de sus raros coches deportivos. Alguien hizo una llamada anónima esta mañana. desde la cabina de la Calle Luna Creciente. María nos contó que la policía le preguntó quién podía ser el informante, pero no pudo responder. Dicen que ha llamado la voz de una criatura». Mamá miró a Anne un poco severa.» ««De acuerdo, admito que fui yo. Esta mañana… ¡porque no queríais ayudarme!»
«¿Pero cómo sabías que era él?»
«No puedo decírtelo, mamá. Lo siento».
A mamá no le gustó la respuesta, pero decidió dejarlo así por el momento. De todos modos, tar-de o temprano se enterarían.
«Mamá, ¿qué va a pasar ahora con el tipo de la coleta?».
«Nada. No es un delito tan grave, probablemente le caerá alguna multa, que pagará con facili-dad. Le han interrogado, pero ya está en casa. Está en libertad bajo fianza, así se llama».
«¡Pero esto es terrible! Ese bosque, mamá… ¡Era el hogar de tantos animales! Y estaba lleno de basura, y el arroyo se secó hace mucho tiempo porque la gente es muy estúpida. Y ahora se ha quemado y nadie hace nada».
«Bueno, a lo mejor podemos hacer algo, pero no hay garantías de ello», pensó mamá. «¿Re-cuerdas aquel bosque donde solíamos ir a buscar setas? Al lado del pueblo vecino. Ahora allí hay un gran centro comercial y un aparcamiento, pero en su momento intentamos impedir que se construyera. Por desgracia, no funcionó, pero quizá podamos conseguir que este bosque sea declarado reserva natural. Quizá no sea demasiado tarde».

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