Mamá habría seguido despotricando, pero papá la interrumpió:
«Dales un respiro. Piensa en el frío y el miedo que habrán pasado. Vamos, subamos al autobús y calentémonos un poco. Estábamos muy preocupados por vosotros». Dijo papá, mientras ayu-daba a los niños a subir al alto transbordador.
Cuando estuvieron a salvo, envueltos en mantas calientes y tambaleándose de vuelta, papá preguntó:
«¿De quién fue la idea de huir así?»
«Fue una idea conjunta… no queríamos huir, sólo echar un vistazo… y luego nos perdimos, pero Félix se dio cuenta de que si podíamos llegar a la torre, seguramente podríamos pedir ayuda allí», dijo Nelly, guiñándole un ojo a su hermano.
«Tengo que deciros algo». Félix suspiró, y entonces contó la historia del suspenso en física, del profesor Matusek en la nave espacial, de los falsos dolores de barriga y de la huida fruto del pánico. Pero no les dijo que Nelly lo sabía todo. Seguiría siendo su secreto común.
Cuando terminó el relato, la lanzadera lunar había aparcado en el vestíbulo, donde les esperaba un autobús más grande para llevarlos al hotel.» ««Félix, ¿eres consciente de que esto no tiene ningún sentido? Si nos hubieras hablado de tu suspenso, nada de esto habría ocurrido. ¿Y si os hubiera pasado algo muy malo?». Mamá volvía a ponerse nerviosa, pero papá le dio un codazo en el costado.
«El mundo no se vendrá abajo si sacas un suspenso», continuó en un tono mucho más suave.
«Me enfado si sacas una nota baja sólo porque sé lo listo que eres, ni siquiera necesitas estu-diar y aun así sacas sobresaliente en todo… Sólo quiero que te vayan bien las cosas. Pero pa-rece que me he pasado un poco».
Se dirigían hacia el hotel cuando, de repente, papá exclamó.
«¡Vaya! ¡El profesor de física que nos ayudó a encontrarte debía de ser tu profesor!».
«¿Muy alto, calvo y regordete?».
«¡Exacto!»
«Entonces era él», suspiró Félix, todavía un poco temeroso de la ira del profesor.
«Podrás verlo pronto, se aloja en el hotel, de todas formas dijo que querría saber de ti», sonrió mamá.» ««¡Qué jugada maestra!» continuó papá. «Has causado un gran revuelo, todo el mundo te ha estado buscando durante horas, primero dentro del pabellón, por supuesto. Tu nombre se anun-ciaba repetidamente por megafonía, luego vino tu profesor y entró en acción. Preguntó a la gen-te que estaba allí si alguien os había visto salir corriendo, a qué velocidad y por qué puerta ha-bíais salido, y en qué dirección. Luego pidió papel y bolígrafo, y a partir de la hora en que aterri-zó el avión, y de la información que le proporcionaron los testigos, calculó aproximadamente ha-cia dónde habíais salido corriendo y hacia dónde os dirigíais. Fue increíble».
«Sí, la verdad es que es muy inteligente…». murmuró Félix. Nelly le cogió la mano y le sonrió alentadoramente, luego se adelantó hacia el conductor.
«¡Disculpe, señor conductor! ¿Podría reducir un poco la velocidad para que podamos ver el pai-saje?».
El conductor del transbordador lunar redujo la velocidad y, mientras llegaban al hotel, Félix le contó entusiasmado a su hermana todo lo que sabía sobre la Luna.» «En el vestíbulo del hotel, el profesor estaba sentado en un sillón leyendo una revista, con sus largas piernas entrecruzadas. También estaba preocupado por los niños y quería esperar a que volvieran. Se llevó una gran sorpresa cuando vio a Félix, que le confesó toda la embarazosa historia. Cuando llegó al final, el profesor Matusek aplaudía de rodillas riendo, con lágrimas de risa en los ojos.
Félix y Nelly le miraban confusos, y mamá y papá tampoco entendían qué era tan gracioso.
«¡Félix! Sabes que toda la clase suspendió el examen, ¿verdad? No tenía sentido, me daba mucha rabia que nadie hubiera estudiado. Sé que fue un examen sorpresa sin previo aviso, pero créeme, no sois los únicos que os decepcionasteis con los resultados. En el futuro, estudiad para todas las clases».» «Los dos días pasaron en un periquete. El profesor Matusek fue su guía, pero hizo jurar a Félix que no se llevaría ningún mineral a casa.
«¡No tomes más que fotografías, no dejes más que huellas!» Le dijo.
Aquellos dos días en la Luna fueron los mejores de la vida de Félix.
El domingo por la noche, se estaba preparando para acostarse en su habitación cuando Nelly llamó a su puerta.
«Sé que no debería haberlo hecho, pero te he traído algo».
Cuando su hermano se acercó, no podía creer lo que veían sus ojos: una piedra lunar del tama-ño de la palma de la mano de un niño estaba en la mano de Nelly.
«Sabía que tú cumplirías las normas, pero nadie me lo pidió a mi, así que, mira, la pondré en el lugar más destacado, ¡En el estante del medio!» dijo, mientras jugueteaba con la gran piedra gris brillante».
«Y no te olvides de hablarme mañana de todas las piedras de tu colección», dijo, antes de mar-charse, cerrando la puerta tras de sí como de costumbre.
«Hay cosas que nunca cambian». Félix se sonrió bajo la manta y decidió que al día siguiente le regalaría a Nelly una de sus más bellas amatistas.