Peter Pan – Historia 1

Peter llevaba semanas intentando averiguar qué se estaba construyendo al otro lado de la valla. Siempre sentía curiosidad cuando veía algún movimiento en el mundo corriente. En el orfanato donde vivía, estaba rodeado de seguridad y estabilidad, lo que a veces podía resultar aburrido.
Hoy volvía a observar cómo la gente iba y venía, cómo pasaban las máquinas cavando la tierra, transportando arena y colocando cubos verdes. Todo tipo de bastidores, tornillos, herramientas-, y luego habían aparecido objetos de colores: tubos rojos, una gran cosa amarilla y montones de varillas verdes.
Peter no tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero hoy se había dado cuenta de que la gran cosa amarilla que acababan de montar sólo podía ser un tobogán. Los tubos circulares rojos se apilaban unos encima de otros: se convirtieron en una estructura para trepar con forma de cohe-te, y las varillas verdes se transformaron en los postes de soporte para un columpio: ¡era un par-que para jugar!
Pero había un juego que le interesaba todavía más que los columpios, el tobogán y las barras: la tirolina. La había visto una vez en un libro y por eso sabía cómo utilizarla.
«Subes la pequeña colina», se dijo, «te agarras a los dos asideros del tobogán por el cable grueso, te das una patada y zas ¡a volar!».» «Lo que más deseaba Peter era probar la tirolina. Así podría volar como Peter Pan, su héroe de cuento favorito.
«¡Adivinad adónde vamos hoy, niños!». Dijo la profesora Campanilla en su clase de gimnasia aquel día: «Han construido un nuevo parque en nuestro barrio; ¡hoy es la ceremonia de inaugu-ración y nosotros también vamos a asistir!».
A Peter casi se le sale el corazón del pecho. Iban a visitar el parque. Irían juntos y él probaría la tirolina con sus amigos. La profesora Campanilla les dijo a todos que se vistieran bien, con ropa respetable pero informal, porque se quedarían a jugar un rato después de la ceremonia.
Fueron por la tarde, y se quedaron escuchando al alcalde bajo un calor sofocante. Después del discurso, cuando el resto de niños desconocidos empezaron a asaltar el patio, un adulto trajea-do apartó a Campanilla y haciendo un gesto violento con la mano le explicó algo sobre la prensa y sobre cómo no debían permitir que los niños del orfanato se mezclaran con los demás niños, añadiendo como coletilla: «Lo entendéis, ¿verdad?».
La profesora se volvió hacia ellos con cara triste.
«Chicos, ahora no podemos probar el patio. Quizá en otra ocasión».» Pero no fueron al parque al día siguiente, ni tampoco al otro. Peter estaba terriblemente decep-cionado. Por suerte, estaba distraído con los preparativos del gran partido. A Peter le encantaba el fútbol: era el capitán de su equipo, los Niños Perdidos. Otro miembro del equipo era Tootles, al que habían asignado como reserva, pues no sabía atacar ni defender. Era como si el balón le esquivara. Al igual que Peter, Nibs, su alegre y ágil amigo, también era delantero del equipo. La audacia de Nibs a menudo le venía bien a Peter, y juntos eran capaces de realizar grandes ata-ques. El otro delantero era algo menos hábil, pero se habría ofendido mortalmente si no le hu-bieran colocado en el puesto de delantero. Además de Tootles, el otro reserva era Curly, tam-bién bastante buen futbolista, pero los dos solían arreglárselas para hacer algo con Tootles. Los Gemelos siempre jugaban en defensa: nadie podía distinguirlos y todo el mundo los confundía, incluso la entrenadora del equipo, la señorita Campanilla. Y casi siempre tenían a alguien más en la portería, aunque nunca conseguían que nadie ocupara el puesto de forma permanente. «Ni que decir tiene que el nombre del equipo, Los Niños Perdidos, también procedía del libro favo-rito de Peter, Peter Pan. Peter y sus amigos habían sido abandonados por sus padres y vivían en el orfanato. Le encantaba vivir allí con sus amigos, y el orfanato era –para él– un hogar para niños, un lugar acogedor y feliz. Peter no soportaba al capitán Garfio, el entrenador del equipo de fútbol rival, porque una vez se había burlado de él por ser Peter Pan.
«Tú eres el Peter Pan que se escapó de casa, ¿verdad?». preguntó sonriendo de tal manera que era difícil saber si estaba bromeando o no.
El capitán Garfio no entrenaba todos los días con su equipo, al que Peter y sus amigos llamaban «Los Piratas». Eran unos chicos mayores y miraban por encima del hombro a los niños del orfa-nato.
«Os daremos una paliza en el partido», solían decir, «¡perderéis por tantos goles que os arre-pentiréis de haber chutado la pelota!».» «Una tarde, pocos días después de la ceremonia de inauguración del parque infantil, Peter y sus amigos estaban jugando al fútbol en el orfanato.
«¡Toma esto!» le gritó Flake a Peter, mientras le daba una gran patada al balón. Peter intentó darle con la cabeza, pero no pudo saltar lo bastante alto. El balón chocó contra la valla y cayó en la esquina.
«¡Mira! Hay un agujero bajo los listones. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta hasta ahora? Hagamos un descanso, ahora vuelvo». dijo Peter a los demás y, sin pensárselo, se coló por el agujero.
Los demás se miraron, perplejos, mientras Peter desaparecía en un instante. En cuanto pasó por debajo de la valla, corrió hacia el parque. Nunca había estado tan emocionado, se sentía increíblemente libre. Por fin podía ver de cerca las grandes atracciones: alrededor del tobogán había un castillo, y desde la puerta del castillo podía deslizarse hasta el foso; y al arenero, todo rodeado por una muralla. La tirolina estaba en una selva y tenía forma de enredadera tendida entre dos árboles. La parte superior del parque en forma de cohete estaba cubierta de un cielo estrellado, y desde arriba se podían tocar los planetas, el Sol y la Luna.

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