Peter Pan – Historia 2

Por supuesto, probó primero la tirolina: subió corriendo la pendiente, se agarró a los asideros de la línea que parecía una enredadera, se levantó del suelo de una patada y se lanzó por los ai-res. Voló como Peter Pan. Fue una sensación gloriosa.
«Voy a traer a los chicos aquí y éste será nuestro País de Nunca Jamás», pensó.
Ya se había deslizado por la cuerda por sexta vez cuando, habiendo comenzado, se dio cuenta de que alguien le esperaba al final de la pista. Era un perro. Era pequeño, simpático y movía la cola. Peter se alegró de verlo. Cuando aterrizó, se acercó para acariciarlo, pero entonces unas voces golpearon sus oídos. Vio a una chica alta y a dos chicos de su edad en el tobogán. De repente, le falló el valor.
«No pueden verme aquí. Si se enteran de que me he escapado de la casa vecina, puedo tener problemas».
Empezó a huir, pero entonces el perro, que había estado moviendo la cola, empezó a ladrar con entusiasmo, de modo que la chica y los dos chicos se volvieron hacia ellos. Al empezar a correr, el perro le agarró el jersey que llevaba atado a la cintura. Peter se liberó, pero el jersey permane-ció en la boca del perro.» «Peter no pudo dormir en toda la noche. Cuando por fin se durmió al amanecer, soñó que podía deslizarse por debajo de la valla hasta el patio de recreo, pero su sombra se quedaba atascada en el agujero, atrapada en la valla. Entonces conseguía pasar sin ser visto, tan invisible como un fantasma. Cada vez que se deslizaba por la tirolina, el perro le esperaba allí, pero no hacía ruido ni movía la cola, no podía verle en absoluto. Los tres chicos, la chica y los dos chicos, aunque miraban hacia él, tampoco podían verlo. Era una sensación extraña, buena y mala a la vez: es-taba contento porque, si no le veían, podía hacer lo que quisiera, deslizarse por la tirolina tantas veces como quisiera. Podía quedarse allí, en el parque de recreo, para siempre. Y, sin embargo, era una sensación dolorosa, como de estar solo y perdido. Quería que el perro moviera la cola y corriera hacia él, y quería hablar con los chicos desconocidos.
Se despertó alarmado y sudando. Aunque el sueño le había asustado, decidió volver al patio. Tenía que recuperar su jersey, que siempre llevaba cuando jugaban al fútbol fuera. La señorita Campanilla se daría cuenta de que había desaparecido y él no sabría qué decir. No podía decir la verdad, pero tampoco podía mentir. No a su profesora.» ««Esperaba que hoy también vinieras».
Peter se dio la vuelta, sobresaltado, cuando aquella voz amable le tendió la mano, pero su mie-do se disolvió ante la sonrisa cálida y amistosa de la chica. Era la muchacha alta del día anterior, pero los dos chicos más jóvenes no estaban con ella esta vez.
«No te preocupes, no le diré a nadie que has pasado por ahí», le dijo alentadora, señalando con la cabeza hacia la valla. «Sólo quiero devolverte tu jersey. Por desgracia, Nana lo masticó un poco y tuve que lavarlo. ¿Quieres venir a recogerlo? Vivimos justo aquí, al lado del parque».
Peter seguía sin contestar, se quedó mirando en silencio mientras ella le tendía la mano:
«Soy Wendy. Mi verdadero nombre es Vali, pero todos mis amigos me llaman Wendy».
Peter tragó saliva y le devolvió tímidamente el apretón de manos.
«Peter Pan», nada más decirlo, se alarmó. Esta chica tan inteligente y madura se reiría de él.
Pero ella no se rió, en sus ojos sólo se reflejó una curiosidad sorprendida y luego una sonrisa suave y afectuosa. Peter estaba muy agradecido, sentía que, aunque acababan de conocerse, aquella chica le comprendía.» «Wendy vivía cerca del parque, así que llegaron rápidamente a su casa.
«¿Es una camiseta de fútbol?» preguntó Wendy, pasando un dedo por el gran doce del jersey mientras lo sacaba de la secadora.
«Sí», dijo Peter con orgullo, «la señorita Campanilla, mi maestra, me la ha cosido».
«¿La señorita Campanilla?»
«La señorita María es nuestra profesora de gimnasia. Mis amigos y yo la llamamos así porque siempre lleva pulseras tintineantes y se parece a Campanilla, el hada de Peter Pan».
«Así que ese es tu cuento favorito», sonrió Wendy, «¿y por qué el número doce?».
«Porque tengo doce años».
«Pero no puedes tenerlos para siempre. Pronto tendrás trece. ¿Y entonces?»
«No lo sé, no quiero tener trece años», dijo Peter desafiante.
«¿Por qué no?»
«Porque los chicos de trece años son raros. Y son malos».
«¿Malos?»
«Sí. Hay un chico de trece años, Rob, en el equipo contra el que vamos a jugar un partido. Siempre se está burlando de mí, aunque antes era simpático. Se ha vuelto muy engreído desde que empezó a jugar al fútbol con los mayores. Incluso le ha cambiado mucho la voz».
Wendy se reía.
«Está cambiando».
«Sí», asintió Peter, «¡es un mutante!».
«No es un mutante». Wendy apenas podía hablar de lo mucho que se reía. «Le está cambiando la voz. Es lo que se dice cuando a los chicos se les pone la voz más grave».» ««Su voz no ha cambiado porque se haya vuelto malo», continuaba Wendy con una sonrisa.
«Pero aun así se volvió malo», objetó Peter. «Éramos amigos y se pasó al bando enemigo. Sólo porque son más grandes y más populares, en realidad ni siquiera le caen bien».
«Entonces, ¿te sientes traicionado?» preguntó Wendy.
«Sí. ¿Y si también pasa lo mismo con los demás? Cuando todos crezcan y se vuelvan malos, todos se pasarán al otro equipo. ¿Y si yo…?».
«No te volverás malo. Nadie es malo, Rob tampoco lo es. Él sólo… sólo está buscando su lugar».
«Bueno, está buscando en el lugar equivocado».
«Quizá con el tiempo encuentre el camino de vuelta a ti», dijo Wendy con una sonrisa, «pero tú tienes que poner de tu parte».
Peter escuchó a Wendy con respeto, pero en realidad no creía que Rob y él pudieran volver a ser amigos. Le dolía terriblemente que Rob, con quien había hecho tantas bromas, jugara ahora contra él y utilizara las habilidades de juego que habían conseguido juntos en el equipo de Los Piratas. Le dolía que fuera Rob, a quien había hablado por primera vez de Peter Pan, quien ahora se burlara de él por eso.

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