“¡Si queremos hacerlo bien, tenemos que empezar ya! Tienes que contármelo todo, desde lo que desayunas hasta cómo se llama tu mejor amiga. Y tenemos que cambiar de sitio ya. Si no se dan cuenta del cambio en el campamento, ¡mamá y papá tampoco se percatarán en casa!»».
“No estoy tan segura de eso. No conoces a mamá, tiene ojo de águila y orejas de gato, siempre sabe cuando le mienten, aunque sólo sea un poquito… Se da cuenta enseguida”. Lotti estaba preocupada.
“¡Déjame eso a mí! Soy una profesional en esto, incluso voy a una clase de actuación, ¿no te lo he dicho? ¡Puedo copiarte totalmente! Te lo juro!”.
“Bueno… empecemos, pero ¿cómo?”
“¡No estás en buen sitio, Lotti! Empecemos contigo bajando a mi cama y yo quedándome aquí arriba. Cuando Blanche venga a despertarme, te pones mi ropa y yo me pongo la tuya. Tú te sueltas el pelo y yo…” Louisa se detuvo aquí.
“¡Sí, hay que peinarlo! No va a ser una cosa fácil, viendo tu melena”, sonrió Lotti.» «“Apagamos la luz a las 8:30 de la tarde, después no se hace ruido. Ni tablet, ni televisión. Nos levantamos a las 6:30 de la mañana si hay colegio. Para desayunar, mi madre hace huevos re-vueltos y yo siempre tomo cacao en una taza con un gatito. Mamá tiene la taza del perrito, se toma su café con leche, pero yo se lo preparo. Mucha leche, una cápsula, mucho café, sin azú-car. ¿Puedes usar una cafetera?»»
“Papá no toma café…”
“Mala suerte”. Las dos chicas estaban sentadas en la casa manzana. Los demás salieron al cam-po a pintar, pero avisaron de que estaban enfermas, así que Jerome se quedó en el campo con ellas. Aun así, afortunadamente, no les molestó mucho, estaba segando la hierba al otro lado del campo.
“Es muy sencillo, sólo hay que pulsar el botón. Después de desayunar, mi vecina suele recoger-me y llevarme al colegio, porque mi madre trabaja en la otra parte de la ciudad y mi vecina no tiene colegio al que ir. Me recoge por la tarde. Mi mejor amiga es una de mis compañeras de cla-se, una chica pelirroja, muy simpática, se llama Lara. Sus padres son de Irlanda, y…”
“¡Espera, no me acuerdo de tanto!” “Creo que deberías tomar notas”. Louisa sacó un cuaderno arrugado y su bolígrafo favorito de unicornio. Tendré que darte esto… Siempre escribo con él. Lo tengo desde hace años”.» «“Y te vas a llevar este osito de peluche… No sé cómo voy a dormir sin él. Me lo regalaron cuando tenía un año”, se lamentó Lotti, y luego continuó rápidamente, “así que Lara… y oh sí, el profesor de la clase es terrible, muy estricto, no te permite hablar en absoluto en clase, ¡pero en en serio, ni un sonido! A veces incluso me castiga, aunque apenas digo nada… Y siempre saco sobresa-liente. ¡Siempre! Así que tendrás que estudiar”.
“Eso será lo más difícil. Nunca estudio con papá; vamos al cine y de excursión. Dice que lo que necesito saber para la vida lo aprendo mejor en sitios así que en el colegio”.
“Pfff…” Lotti frunció los labios. “¡Qué suerte tienes! … Bueno, ¡ahora la afortunada soy yo!”. Se dio cuenta.
“Bueno, sí… así que te contaré las mismas cosas. En mi casa, el desayuno son cruasanes conge-lados que hornea mi padre. Para cenar solemos pedir comida china o india, porque me gusta mucho el picante”.
“¡Nooooo! ¡Odio el picante! ¿Cómo voy a comer esa comida?”.
“Bueno, ¡tendrás que hacerlo! Ya te acostumbrarás”. Louisa consoló a su hermana.» «Al final de la semana, las chicas ya se sentían cómodas en sus respectivos papeles. Hubo una pequeña interrupción cuando Lotti probó el pimentón picante por primera vez en una de las ce-nas: se echó a llorar, le picaba tanto. Louisa, por supuesto, se rió. Lo único que notaron los de-más fue que Lotti (alias la falsa Lotti) parecía un poco más desordenada que de costumbre, y que Louisa (alias la falsa Louisa) era extrañamente cuidadosa con su ropa. Blanche lo atribuyó a que las gemelas se llevaban bien. Después de apagar las luces, se acurrucaron una junto a la otra y hablaron.
“Nos vamos mañana. La verdad es que tengo miedo. Creo que papá me verá en dos minutos”.
“¡Claro que no! Papá es muy guay, no se fija en ningún detalle, ya verás. Es el mejor padre del mundo”.
“¿No tienes ningún miedo, Louisa?”
“¡No! Tengo ganas de conocer a mamá y a tus amigos, y a la vecina que te lleva al colegio… In-cluso tengo curiosidad por conocer al profesor de tu clase. Va a ser increíble”. Se rió.
“Te lo tomas todo tan a la ligera… Pero, ¿estás segura de que este intercambio es una buena idea?”.
“Ya no hay vuelta atrás. Una vez que hemos empezado, ¡tenemos que hacerlo!” Dijo Louisa, vol-viéndose hacia la pared.» «Blanche llevó a las niñas al aeropuerto, porque su vuelo salía casi al mismo tiempo, sólo que uno iba en una dirección y el otro en la contraria. Estaban esperando a que las dos azafatas las lleva-ran a su puerta de embarque, pues a las niñas de nueve años no se les permite deambular solas en una cabina de vuelo tan enorme.
“¡Te echaré mucho de menos, Lotti!” le dijo Lotti a Louisa. “Y yo también echaré de menos a ma-má…”, le susurró al oído para que Blanche no la oyera.
“¡Qué bien haberte conocido por fin en persona!” dijo Louisa. Aunque me gustaría arrancarte esta falda ahora mismo, ¿cómo puedes existir con esto?”. Susurró.
“¡Aquí vienen las azafatas, chicas! Vamos, vamos, ¡di adiós!”
“Me alegro mucho por ti. Y espero verte pronto”. Dijo Lotti suavemente.
“Puedes estar segura de ello. Nos ocuparemos de ello, así que no te preocupes”, respondió Louisa. Ambas lucharon contra las lágrimas mientras se dirigían tambaleándose junto a las azafa-tas hacia los aviones para volar a otra parte del mundo: porque lo que habían estado viviendo era sólo una mitad del mundo de cada una de las chicas.